“Uruguay vive un clima de paz y de certidumbre, ese que abonan los expresidentes al dialogar sin prejuicios, con respeto y tolerancia”.
Los expresidentes uruguayos Julio María Sanguinetti y José Mujica han inaugurado un nuevo tiempo de convivencia política al presentarse juntos en diversas oportunidades, conceder un largo reportaje que se convirtió en un libro muy vendido y demostrar que se puede coincidir hacia el futuro más allá de sus anteriores enfrentamientos.
Fueron históricos contrincantes y hoy están dando un ejemplo de sabiduría y tolerancia. El primero fue presidente dos veces por el voto popular, el segundo fue guerrillero primero y accedió luego a la presidencia a través de las urnas. Sanguinetti, quien había condenado con dureza a la guerrilla y luego a la dictadura, lideró la salida democrática entre 1982 y 1984 y consagró la estabilidad institucional en su primera presidencia de 1985. En ese entonces, recién salido de la cárcel por delitos de sangre cometidos en tiempos democráticos, Mujica fue amnistiado y empezó a reconstruir su perfil cívico. Fue diputado y senador, pero antes se dedicó a una tarea interna, silenciosa y finalmente exitosa: la de conducir a su grupo de tupamaros a la vida democrática y al abandono de las vías violentas. Estudios históricos recientes dan cuenta de que esa tarea no fue fácil, ya que, tras los años de cárcel, varios militantes preferían seguir intentando conquistar el poder por las armas. Mujica fue apareciendo en la opinión pública con creciente respaldo popular, al cultivar un estilo directo y vulgar.
Sanguinetti tiene 87 años y Mujica 88. Son contemporáneos, pero forjaron personalidades antagónicas y vidas y modos absolutamente diferentes. Sus durísimas contradicciones han quedado marcadas en la historia reciente de Uruguay y, sin embargo, aún activos y militantes incansables de sus causas, han logrado una pausa en la batalla, tendiendo un puente que llama la atención.
Conferencista de fuste Sanguinetti, charlista ingenioso Mujica, no fue difícil que los periodistas empezaran a buscarlos para recabar conjuntamente sus reflexiones, hurgando con inteligencia en sus posibles coincidencias, ya que sus drásticas diferencias son notorias. Ese acercamiento provoca elogios mayoritarios, pero también críticas de los círculos de opinión más radicales que no quieren ver a sus líderes con “el enemigo”. Ocurre que Sanguinetti, un luchador persistente, nunca tuvo enemigos y Mujica, que los tuvo, abandonó las armas y maneja ahora posiciones pragmáticas y más conciliadoras.
Fueron elegidos senadores en el 2019 y anunciaron, cada uno por su lado, que sus legislaturas serían simbólicas, ya que renunciarían a la brevedad. Lo hicieron juntos, el mismo día, en un acto cargado de simbolismo y sinceridad. Se dieron un abrazo austero y salieron entre aplausos. Debe haber pocos gestos similares en la historia de los parlamentos.
Hace poco, en enero del 2023, otro hecho de similares características fue generado por el presidente Luis Lacalle Pou, que invitó a ambos dirigentes a que lo acompañaran a la asunción de Lula en Brasil, dando un ejemplo de republicanismo que no es habitual.
Hace poco se editó en Montevideo el libro “El Horizonte, conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica”, en el que los protagonistas dejan fluir sus impresiones, sus diálogos, sus análisis de las sociedades y sus perspectivas del porvenir. Los entrevistados no abdican de sus convicciones y exponen sus criterios con respeto al otro, coincidiendo muchas veces.
Este proceso, que puede provocar asombro en otros países, no resulta tan excepcional en Uruguay, un país que ha tenido siempre muy duros enfrentamientos cívicos y armados, pero también reencuentros, pacificaciones y amnistías conducidas por caudillos y estadistas que supieron acercarse y pactar con sus más duros contrincantes.
El marco de nuestra cultura de tolerancia y de civismo, la estabilidad de nuestras instituciones, el sentido republicano que caracteriza a Uruguay, habilita estas conductas personales que los grandes líderes siempre han dado. Porque la democracia debe cuidarse y construirse todos los días y es lo que ha hecho Uruguay en este tiempo. La transición de la dictadura a la república, el proceso de pacificación a través de las amnistías y el respeto a las reglas jurídicas y económicas han dado un exitoso resultado.
A esas nobles tradiciones se ha sumado el actual presidente Luis Lacalle Pou, quien renueva un liderazgo republicano de fuerte raíz democrática, conduce la coalición gobernante con decisión de cambio y defiende en todos los casos a las libertades.
Uruguay vive, por lo tanto, un clima de paz y de certidumbre, ese que abonan, precisamente, los expresidentes al dialogar sin prejuicios, con respeto y tolerancia.
Luis Hierro López, Embajador de Uruguay